Rostro con
piel de plata. Ojos malva clavados en el lienzo teñido del horizonte. Sonrisa
esculpida en su boca queriendo alardear de unos dientes perfectos, impecables. No
llevaba ganchos en el pelo, ni colorete. Labios majestuosos. Gesto inusual,
puede que demasiado estático. El pelo se
le había esparcido sobre el pavimento, cada mechón en una dirección como si
tuvieran vida propia, emulando a la
mismísima Medusa con cientos de serpientes aferradas a la dermis de su cabeza.
No tendría más de veinte años.
Sin apenas
miedo. Le aparté el flequillo de la cara y puse mis labios cerca de los suyos,
sin tocarla, esperando que ella cobrara vida y decidiera besarlos, sintiendo mi
aliento rebotar contra su gélida boca como si fuera el de ella, viendo mis ojos
reflejados en el vidrio de los suyos. No la toqué más.
Realmente
había descanso después de la muerte, ella lo expresaba perfectamente con todo
su ser.
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