Nunca me contaba nada. Ni
siquiera cuando necesitaba de sus palabras, se las tenía que sacar a la fuerza.
Ambos estábamos sentados sobre la pálida arena de la playa, con la
mirada fija en el horizonte que se plantaba ante nosotros como una estampa tridimensional. No hacíamos
caso, tal vez ahítos de ver tanta
belleza junta, hacinada, apelotonada. Montones de belleza en forma de árboles,
hierbas, piedras. Cielos.
Teníamos una vida
privilegiada sin saberlo.. De hecho no podíamos
concebir otro estilo
de vida distinto. Mar. Playas. Arena. Montaña...
Sheila era una joven
espigada, con mucha juventud por delante y muy poca infancia atrás. Era todo un
enigma. Cuanto más parecía que sabía sobre ella menos la conocía.
Se escondía tras
esa mirada hiriente, penetrante, profunda. Así llegué a la conclusión de que
nunca alcanzaría a conocerla del todo.
Cuando descubría el mensaje de sus ojos me llegaba el hermetismo de sus labios.
Cuando descifraba el lenguaje de su mímica, me envolvía la banalidad de su
rostro. Al final comprendí que para conocerla debía hacerlo a fragmentos, a
porciones, y tal vez así llegara a comprender la universalidad de su ser.